Marcelino

Cuando cundía el desánimo y no encontrábamos la estrella le mirábamos y sabíamos que él era nuestro faro.
Su luz nunca se apagaba, ni siquiera jamás tembló o parpadeó. Hoy tampoco.
Sigue inagotable, más allá del tiempo, iluminando los perfiles de la lucha.

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